He releído este blog una y otra vez, quizás demasiado. Y en una suerte de epifanía, volví a darme cuenta de quién soy y por qué hoy me siento así.
Cada persona que conozco, cada decisión que tomo, cada vínculo emocional que construyo… todo parece terminar igual. Y yo termino igual.
¿Qué está pasando? ¿Es realmente culpa de los demás? ¿O es momento de hacerme cargo de los caminos que elijo?
Ni siquiera sé cómo plasmar todas estas ideas sobre mí, pero siento la necesidad de pensar más profundo. De reconocerme. De conocerme.
No lo sé.
En algunas oportunidades reflexiono sobre mi soledad y sobre cómo me lleva a abrirme tan profundamente con quienes amo.
Quizá —y lo digo con total sinceridad— el problema sea yo.
Yo y mis expectativas. Lo que espero de los demás. De esos personajes principales a los que, sin preguntarles, les asigno un papel.
Soy como un director de cine que se frustra cuando sus actores no interpretan el papel como lo imaginó. Pasé horas escribiendo un guion, imaginando cada escena, cada gesto, cada emoción. Visualicé al actor perfecto sin siquiera hacer un casting previo, creyendo que encajaría a la perfección en mi historia.
Y entonces, lo elegí. Sin preguntar, sin ensayar. Sin siquiera darle la oportunidad de ser quien realmente es.
¿Es culpa del actor no lograr interpretar el personaje como el director lo soñó?
No. Claro que no.
La responsabilidad recae en el director, en su afán de construir una historia sobre ideas que solo existían en su mente. En su incapacidad de ver a los actores tal como son, sin forzarlos a encajar en un papel que nunca pidieron interpretar.
Porque la realidad nunca será una película perfecta.
A veces nos convertimos en directores de una película que solo existe en nuestra cabeza, esperando que los demás actúen según un guion que nunca les dimos a leer. Y cuando no lo hacen, sentimos frustración, soledad o incluso decepción.
Estas planteando una problematica existencial, que algunas noches me cuesta asimilar dijeron alguna vez por ahi.
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Arrancacorazones.